LEY DE LA INTEGRIDAD

 

La ley de la Integridad dispone que cada persona descubra cómo es y se comporte de acuerdo a su consciencia y no de acuerdo a su impulsividad. Somos como materia fina que requiere ser esculpida y pulida por la virtud que hace realidad el valor y no contaminada por el impulso que hace realidad el capricho. Por lo mismo, hemos primero contactar e identificarnos con los valores más profundos – existencialmente hablando – y no conformarnos con los “valores” sociales que son resultado de un convencionalismo superficial y con frecuencia sin sentido alguno. Y para descubrir los valores de la vida hay que descubrir lo valiosos que somos. Por ello la integridad nace del conocimiento personal.

 

El conocimiento propio surge a su vez de una profunda y paciente observación de nuestra realidad interior, sin juicios ni expectativas. La observación genera conocimiento y no podremos descubrirnos si no nos prestamos atención más allá de nuestras preocupaciones e inquietudes, si no pasamos momentos de silencio y quietud con nosotros mismos. Franz Kafka, el poeta y filósofo austriaco, dijo alguna vez: "No hay necesidad de salir de la habitación. Basta con sentarse a la mesa y escuchar. Ni siquiera es necesario escuchar, sólo esperar. Ni siquiera hay que esperar, sólo aprender a estar en silencio, quieto y solitario. El mundo se te ofrecerá libremente para ser descubierto. Él no tiene otra alternativa; caerá en éxtasis a tus pies". 

 

Una vez que nos descubrimos y conocemos nuestra verdadera esencia, más allá de modas y estereotipos sociales, podremos elevar nuestro nivel de conciencia. La Ley de la Integridad consiste en vivir en consonancia con tu mayor conciencia a pesar de los impulsos a hacer lo contrario – sobre cómo te comportas cuando nadie te está mirando. (Dan Millman). Nuestra consciencia es la rectora de nuestras vidas, pero hay que disponernos a escucharla con atención, y no lo haremos si no nos preguntamos sobre el sentido de lo que somos, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos y lo que tenemos. Vivir con integridad implica que haya concordancia entre lo que pensamos, decimos y hacemos y de todo esto en consonancia con los valores superiores de la vida.

 

"No tiene sentido hablar de integridad hasta que entendamos nuestros más profundos incentivos, valores, y motivos – hasta que aceptemos quienes somos, nuestra luz, en vez de quienes esperamos ser o pretendemos ser. Una persona puede donar a los pobres por amor y compasión; otro puede hacerlo por culpabilidad, o por la necesidad de impresionar a los demás; cada uno de los dos demuestra caridad; sólo uno muestra integridad. Motivos e intenciones marcan una gran diferencia en las vidas de los que dan y en los que reciben, porque damos mucho más que monedas; damos la moneda de nuestro ser." (Dan Millman).

 

Entonces la integridad surge de nuestro compromiso con la Verdad, con lo que es real en nuestras vidas y no fruto de nuestra impulsividad ni de nuestras creencias asociadas a nuestras memorias. Y la gran verdad tiene que ver con la experiencia del amor en nuestra vida, no del que recibimos sino del que estamos dispuestos a dar. El temor es falso y nuestras tribulaciones se alimentan de él. Vivir íntegramente se traduce entonces en vivir amando, aceptando lo que es tal y como es y centrando nuestra atención en ser lo mejor posible cada uno de nosotros. Nos ocupamos tanto de “mejorar” nuestro entorno que no nos ocupamos de mejorar cada uno de nosotros, lo cual es incongruente, es falta de integridad.   

 

Así que, a partir de ahora céntrate en cómo eres, no en cómo te sientes. En mejorar cómo eres encontrarás el único camino real hacia la experiencia de dicha, las demás opciones son trampas malignas que no harán más que extraviarte y confundirte cada vez más. ¿Por qué piensas qué muchos van tras el éxito y no lo consiguen? O consiguiéndolo, ¿no lo disfrutan? O disfrutándolo, ¿no quedan satisfechos?

 

 

 

¡Hasta la Próxima!

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